A pesar de estar todo atolondrado por la hora de la mañana que era, recuerdo claramente que ése día desperté muy asustado tanto por escuchar la desesperación con la que mi madre me llamaba para que despertara y bajara lo más rápido posible, cómo por el vaivén de todos los objetos que habían en mi recámara que estaba en la planta alta, y que a primera vista no parecía tener explicación lógica junto con los extraños ruidos que de todas direcciones me llegaban a los oídos.
Con la desesperación propia de mi infancia y en aumento porque no hallaba mis zapatos para ponermelos -ya que mi madre a punta de ahora si que, de madrazos, me enseño a no andar descalzo-, y la insistencia de mi padre que se había sumado a la de mi madre para que rápido bajara, fue que empecé a sentir algo de miedo al no saber que es lo que estaba pasando a tan temprana hora..
Cuando hallé mis zapatos me los puse y rápidamente bajé por la escalera que estaba colocada dentro de la casa y de tal forma que bajaba por la pared y daba al marco que dividía la entrada de la cocina y la sala-comedor.
Al llegar mis padres estaban ahí esperándome; ella con la angustia en sus ojos y él cargando a mi hermano menor igualmente sorprendido por el evento. No sé el porqué de no poder olvidar esa primera vez que vi en ellos cómo es que el miedo estaba bien reflejado en sus rostros; pero sin duda quien más lo tenía era mi madre que a esas alturas del evento ya estaba a instantes de romper en llanto (instantes que durante los hechos parecían durar una eternidad). Mientras tanto, mi padre trataba de conservar la calma e intentaba darnos ánimo: “Ya, ya está pasando, calma” recuerdo que nos decía él.
Pero no era así.
… Y al no detenerse y estar ya totalmente despierto el pánico me hizo presa fácil de él…
… Y más aún cuando no dejaba de escuchar cómo la casa de mis padres no cesaba de “tronar” que sumado al llanto de mi madre que a esas alturas ya se estaba desbordando por sus ojos fue que ya no pude más.
Recuerdo cómo a los ruidos de los muros y el techo de la casa y el llanto de mi madre se sumaban los ruidos del zaguán que con fuerza chocaba con la parte trasera de la camioneta de mi padre que estaba estacionada cómo a un metro y medio del zaguán. Y justo detrás de la pared en donde estábamos parados esperando a que todo pasará, había una tina grande llena de agua a la que yo alcanzaba a escuchar cómo con la sacudida tan fuerte ésta se salía de la tina.
No pude soportar más esa situación, mi inocente mente infantil había decidido que hacer ya:
Preso de la desesperación porque esos segundos de terror no paraban, alcé mis brazos flacos y tratando de alcanzar el marco de la puerta estiré mis manos y pude lograrlo.
Al poder tocar el marco de la puerta empuje mis debiluchos brazos con todas las fuerzas que mis entonces tiernos webitos me podían dar tratando así de detener la sacudida de la casa mis padres.
Y para tener más fuerzas y con la adrenalina a todo lo que daba dentro de mí traté de detenerlo todo y grité llorando con desesperación:
Con la desesperación propia de mi infancia y en aumento porque no hallaba mis zapatos para ponermelos -ya que mi madre a punta de ahora si que, de madrazos, me enseño a no andar descalzo-, y la insistencia de mi padre que se había sumado a la de mi madre para que rápido bajara, fue que empecé a sentir algo de miedo al no saber que es lo que estaba pasando a tan temprana hora..
Cuando hallé mis zapatos me los puse y rápidamente bajé por la escalera que estaba colocada dentro de la casa y de tal forma que bajaba por la pared y daba al marco que dividía la entrada de la cocina y la sala-comedor.
Al llegar mis padres estaban ahí esperándome; ella con la angustia en sus ojos y él cargando a mi hermano menor igualmente sorprendido por el evento. No sé el porqué de no poder olvidar esa primera vez que vi en ellos cómo es que el miedo estaba bien reflejado en sus rostros; pero sin duda quien más lo tenía era mi madre que a esas alturas del evento ya estaba a instantes de romper en llanto (instantes que durante los hechos parecían durar una eternidad). Mientras tanto, mi padre trataba de conservar la calma e intentaba darnos ánimo: “Ya, ya está pasando, calma” recuerdo que nos decía él.
Pero no era así.
… Y al no detenerse y estar ya totalmente despierto el pánico me hizo presa fácil de él…
… Y más aún cuando no dejaba de escuchar cómo la casa de mis padres no cesaba de “tronar” que sumado al llanto de mi madre que a esas alturas ya se estaba desbordando por sus ojos fue que ya no pude más.
Recuerdo cómo a los ruidos de los muros y el techo de la casa y el llanto de mi madre se sumaban los ruidos del zaguán que con fuerza chocaba con la parte trasera de la camioneta de mi padre que estaba estacionada cómo a un metro y medio del zaguán. Y justo detrás de la pared en donde estábamos parados esperando a que todo pasará, había una tina grande llena de agua a la que yo alcanzaba a escuchar cómo con la sacudida tan fuerte ésta se salía de la tina.
No pude soportar más esa situación, mi inocente mente infantil había decidido que hacer ya:
Preso de la desesperación porque esos segundos de terror no paraban, alcé mis brazos flacos y tratando de alcanzar el marco de la puerta estiré mis manos y pude lograrlo.
Al poder tocar el marco de la puerta empuje mis debiluchos brazos con todas las fuerzas que mis entonces tiernos webitos me podían dar tratando así de detener la sacudida de la casa mis padres.
Y para tener más fuerzas y con la adrenalina a todo lo que daba dentro de mí traté de detenerlo todo y grité llorando con desesperación:
¡¡YAAAA CHINGA!!
...Fue la mañana del 19 de septiembre de 1985.