
Ayer vi la muerte en dos ocasiones; sólo en la segunda ocasión le tuve un cierto escozor…
La primera vez que la vi fue tan rápida la acción, que no me dio tiempo de tenerle miedo.Quedé sorprendido, pero no tanto cómo el conductor del automóvil que se me cruzó en el camino cuando iba yo en mi bicicleta.
…pendejo.
…él, no yo.
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La segunda vez que sorprendí a la muerte acechando, fue en la mirada de una amiga mientras ella me platicaba de su dolor ante la súbita muerte de su hermano, y a quien yo le daba mi pésame:
“Lo siento mucho, no sabría exactamente que decirte bla bla bla…”
“Gracias por lo que me dices, me hace mucha falta. Tú no sabes el dolor que llevo dentro de mí -me decía con un nudo en la garganta- Nadie lo puede entender. Nadie entiende lo que siento en mi corazón desde que él se fue… -en ése momento de la platica su gesto sufrió un súbito endurecimiento-, …por eso es que la odio; la odio con todas las fuerzas que mi ser me puede dar… y no voy a estar tranquila hasta ver muerta a esa maldita perra.” Me decía refiriéndose de reojo a su cuñada a quien culpa por la muerte de su hermano.
“Oye, no seas cabróna, no hables así.”
“Es que la odio tanto que…” la interrumpí diciéndole:
¡Hey hey! Mírame, ¿qué chingaderas dices?, mira, acabas de ser madre, le acabas de dar la vida a un ser humano y me sales con esas pendejadas. ¿Qué no te da pena hablar así?” Le pregunté.
Titubeó por un brevísimo instante. Inclinó un poco su cabeza y me miró fijamente al tiempo que se le hacía otro nudo en la garganta. Un esbozo de sonrisa se hizo presente en ella -de esas sonrisas que te salen cuando sabes que ya la cagaste-, pero sólo duraría, cómo les decía, un instante. Un chingado instante que en ella bien sería toda una eternidad al estar acostumbrada a mandar y responder rápido a cualquier situación o pregunta. Al momento volvió a ser ella misma:
“No. Hasta no verla muerta no voy a estar tranquila. Te juro por Dios que en menos de un año la verás muerta a la perra desgraciada. Te lo juro.”
“No me chingues ¿cómo juras en nomb…”
“¡Ya dije! Te juro que así va a pasar. Ya lo verás. Te lo prometo. Se muere porque se muere esa perra desgraciada… en menos de un año se muere la infeliz maldita, de eso me encargo yo. Acuérdate de lo que te digo.”
Fue justo en ése instante que vi la muerte en su pinchi mirada determinada y su gesto endurecido.
Sí, lo sé, la muerte está esperando dentro de ella lista para la venganza. Conozco a mi amiga, y sé que todo aquello que se propone casi siempre lo consigue.
.
Pendeja. Pinchi rencor; pinchi venganza que nos apendeja más.
El perdón no cabe en su corazón. No sabe perdonar.
…se parece a mí.