

El pinchi culero era el portero del equipo, y cuando lo conocí, luego luego se daba uno cuenta por su aspecto, que al ojete, cómo portero que era, le gustaba salir “con todo” cuando la situación lo requería y que sin duda los rivales se la pensarían muy bien antes de querer pasarse de pendejos con él…

Hubo una ocasión en la que el imbécil le metió un tremendo megapatadón en las nalgas a una morra que tuvo la pinchi osadía de interponerse en su camino mientras correteaba a un pendejo al que éste bastardo quería partirle su madre a cómo de lugar: ¡quítate hija de tu puta madre! Le gritaba a la vez que le atizaba el patadón en las meras nalgas mientras el perseguido sin saber aprovechaba la situación para poner más distancia de por medio sin voltear para atrás y darse cuenta de la suerte de su “protectora”. Imaginen tal cosa. No mamen.
En casi todos ellos no sólo su aspecto físico sino su conducta los delataba claramente cómo pertenecientes a la zona del equivalente al gueto de los rumbos. Y de todos ellos, Jaime, cómo portero que era se destacaba con una fisonomía más o menos así:
¿Qué hacía yo entre ellos? ¿?
Eran las pinchis ganas de jugar fútbol.
Un buen día invitados a jugar contra los habitantes de un pueblucho por los rumbos de Hidalgo fuimos muy acá, bien pinchis picudos sintiéndonos pendejamente cómo los meros meros del mundo llanero del fútbol por el simple hecho de ir a jugar más allá de los campos de los rumbos. Chales. Durante el viaje tuve la “oportunidad” de ver otra muestra de la simiesca actitud que siempre destacaba a Jaime: mentadas de madre a peatones y conductores sin cesar. Bolsazos de meados. Cuando veía a alguna morra se bajaba el pantalón el calzón y les enseñaba la verga… y las nalgas también. Escupitajos.
Y todo eso lo hacía entre las risas de los demás.
Hubo un momento en el que el conductor del bus donde íbamos harto de la actitud de éste cabrón se orilló y detuvo el bus para pediros que ya nos bajáramos y que nos fuéramos mucho a la chingada, que ya estaba hasta la madre de nosotros y que no se iba a arriesgar a que la chingada policía se la hiciera de pedo a él por culpa nuestra. Esto lejos de amilanar a Jaime lo puso más pinche loco al pendejo y ya se quería arrancar a los madrazos con el chofer: “Qué no mame el puto, ahorita me lo agarro a putazos, suéltenme pendejos” nos decía el estúpido forcejeando mientras sus amigos lo agarraban tratando de calmarlo.
“Ya ve jefe cómo se pone bien pinche loco éste chamaco idiota” le decía el busdriver al wey que lo había contratado para que nos llevará.
“Sí jefe, deje hablo con éste cabrón para que ya le baje de webos. Pero háganos el paro y llévenos. Le doy mi palabra, así de webos, que ése wey ya se va ir tranquilo. Óra jefe” casi le suplicaba aquel wey con tal de que nos llevará, y entre todos se la hicimos de pedo a Jaime para que ya se calmará y accedió el wey aunque claro, de mala gana.
El pedo se “arregló”. A pesar de que aparentemente Jaime ya iba “tranquilo” nos dábamos cuenta que el conductor y él se echaban las miradas más pinchis malditas que podían hacer. Todos sabíamos que eso iba a acabar en putiza segura… y más el chofer que al final de cuentas se vio más pinche cabrón porque cuando llegamos nos pidió que bajáramos todas las cosas con el pretexto de tener que llevar el bus a X reparación y que para no tener pedos con nosotros lo mejor era bajar las cosas para que no se las fueran a chingar los weyes que iban hacer la “reparación”. Nosotros, a petición del wey que nos llevó bajamos todo para dar muestra de buena voluntad para con el busdriver, y el wey, una vez que hubo arrancado el bus se fue…
…para no volver.
Mientras tanto, nosotros, sin imaginarnos que el conductor ya se había ido a la verga nos pusimos a “calentar” cómo debe hacerle un buen jugador llanero: a puros “chutazos” ¡je!
El campo, que no era nada del otro mundo, tenía a lo largo de la línea de meta un plantío de magueyes y nopales, estos últimos con sus respectivas tunas… y espinas. Un putamadral de pinchis espinas, y cada que el balón salía hacia los magueyes y nopales nadie de nosotros quería entrar a sacarlo de ahí ante las risas de los lugareños que me imagino nos veían cómo señoritas tratando de esquivar las chingadas espinas. Pero la pinchi risa se le fue al carajo cuando Jaime valiéndole verga empezó a entrar por el balón a punta de patadas lanzando nopales y tunas lejos de él ¡ja ja ja! Ahora lo recuerdo y me da un chingo de risa cómo empezaron a correr los lugareños a sacar el balón para que aquel cabrón ya no hiciera desmadre y medio con sus nopales y tunas, hasta pusieron a dos de ellos atrás de nuestra portería para recoger el balón.
Del partido que en si no tuvo nada de extraordinario sólo recuerdo que esos cabrones eran los más pinchis duros que cualquier otro jugador al que no hubiéramos enfrentado. Incluso Jaime, que no le tenía miedo a nadie quedó sorprendido al ver y sentir la dureza física de esos cabrones “No mamen culeros, esos putos parecen de piedra, no mamen” nos decía entre risas a medio tiempo.
Todo iba normal cómo en cualquier otro partido hasta que… entró el Patadura.
El Patadura era un wey casi mulato que entró cómo último recurso de ellos porque faltando unos 15 minutos para terminar les íbamos ganando 2 a 1 y no se veía cómo nos empatarían el partido. ¡¡”Duro duro Patadura”!! Gritaban los lugareños al entrar al campo. Nosotros que ya habíamos sentido la fuerte condición física de ellos quedamos un tanto atónitos porque si aquellos pendejos eran duros ya nos imaginábamos al Patadura.
Dicho y hecho: el Patadura se hizo sentir de inmediato con sus mendigos patadones y cañonazos. Aunque… eran unos patadones a lo más puritito pendejo. Sin dirección sin efecto ni nada, pura fuerza bruta, pero aún así el wey nos ciscó y al final de cuentas ante el empuje de ése cabrón y el cansancio nuestro acabaron por empatarnos los cabrones.
Penaltis…
Nos fuimos a los penaltis, y al final de 5 tiros de nosotros con 3 acertados por 4 de ellos con 2 acertados en el último penalti que le tocaba a tirar a ellos se decidía si les ganábamos o nos empataban para seguir a muerte súbita.
…y el último tirador de ellos era… el Patadura.Ante la algarabía de ellos que gritaban ¡Patadura patadura! Jaime se puso en la portería con una leve sonrisa que le delataba el nerviosismo que en él había.
¡¡Patadura Patadura vamos vamos!! Gritaban.
El wey acomodó el balón y presto se arrancó para tirar… ¡maldito cabrón! Es que no mamen, de sus toscas patas cómo si fueran de algún Orco pendejon salió un mendigo rayo… hacía el centro de la portería. Jaime, más por instinto que por reflejos levantó sus grasientos brazos más para cubrirse que para detener el balón y lo desvió lo suficiente para que no entrará en la portería.
¡¡Ahhhhh!! ¡¡Falló!! Se decían entre ellos incrédulos ante la falla del Patadura. …y nosotros al mismo tiempo que ellos se lamentaban de su mala suerte…pues… corrimos hacia Jaime que aún se resentía del madrazo del balonazo en sus gordas manos: ¡¡Eehhhhh!! Gritábamos eufóricos una vez que sabíamos que el orgullo chilango había sido salvado una vez más. Y sin más, sin que nos pusiéramos de acuerdo ni nada parecido le echamos una porra a ése cabrón que minutos después nos haría pasar otro pinche coraje cuando nos dimos cuenta que por su pinche culpa el chofer se había ido dejándonos cómo pendejos ahí mientras jugabamos: ¡¡Chiquiti…boom!! Jaime Jaime ra ra ra!!! Le echábamos la porra bien pinchi contentos mientras le dábamos de palmadas en su cabeza llena de cabellos mugrosos.
Y al terminar la porra y al alzar su barrosa cara, el wey, sí, ése desgraciado que no temía darle de patadas a una mujer ni le tenía miedo a nadie ya fueran policías rivales o lo que fuera que se le parará en frente porque se sentía el más pinchi machín del universo entero y más allá…... estaba llorando…
Ni los madrazos más culeros que le hayan podido dar en su nefasta vida pudieron doblegarlo cómo lo hizo aquella muestra espontánea de afecto por parte de sus amigos.
A webo, los machines también pueden llorar… y de felicidad.
De esa anécdota me acordé cuando hace un par de días un amigo común de aquellos tiempos me platicaba que al wey hacía ya 4 años que se lo había cargado la chingada en una ambulancia cuando dentro de ésta lo llevaban rumbo al hospital tratando de salvarle la vida después de haber recibido tremenda madriza por parte de unos fulanos X cuando Jaime, bravucón cómo siempre, creyó darles en su madre él solo. Pendejo.