Recuerdo que al día siguiente mi padre me pidió-ordenó que lo acompañara a una farmacia que estaba en La Calzada de Guadalupe por unos medicamentos que se necesitaban en la casa que la neta no recuerdo para quien.
A pesar de todo aquel alboroto provocado por el evento en la mañana del día anterior y que había dejado tras de si un temor que no cesaba entre la gente desde ese día acepté ir con él, y no tanto por querer andar con mi padre y dejar de ver las pinches caricaturas con las que alucinada a los 3-4 años de edad. No, a webo que no era por eso. Era porque al ir a la farmacia mi padre a fuerzas tenía que pasar por donde vendían el que quizá haya sido el mejor arroz con leche en la historia y él no tenía modo de negarse a comprarme uno. Por ello es que quise ir con él.
No bien llegamos al lugar cuando mi padre me dio el golpe traidor que por supuesto no esperaba: “Me esperas aquí” me dijo, y agregó: “no le vayas a abrir a nadie la puerta, me esperas para que vaya más rápido”.
Trágame tierra. “¿y para eso te acompañe” le iba a preguntar de tal forma que me viera bien pinche encabronado y me llevará con él, pero no lo hice por los pinches chingadasos que seguramente me daría por pendejo hocicón.
“Pero… ¿me vas a traer mi arroz con leche verdad?” Le pregunté.
“Sí hombre. Cuida el carro y no le vayas abrir a nadie, ¿entendiste?”, me preguntó.
“Sí” le respondí.
Y es así que se fue mi padre dejándome solo en el carro al que le pudo hallar un lugar a una cuadra de la calzada.
“En lo que regresa con mi arroz con leche voy a escuchar un poco de música” pensé.
Apenas habían transcurrido unos 3-4 minutos cuando empezó el desmadre otra vez:
El carro de mi padre se empezaba a mover solo. Al principio creí que alguien se estaba pasando de pendejo moviendo el carro pero no, no había nadie alrededor de él. Luego entonces se apagaron las luces en las casas que se alcanzaban a ver al mismo tiempo que el alumbrado público.
A pesar de todo aquel alboroto provocado por el evento en la mañana del día anterior y que había dejado tras de si un temor que no cesaba entre la gente desde ese día acepté ir con él, y no tanto por querer andar con mi padre y dejar de ver las pinches caricaturas con las que alucinada a los 3-4 años de edad. No, a webo que no era por eso. Era porque al ir a la farmacia mi padre a fuerzas tenía que pasar por donde vendían el que quizá haya sido el mejor arroz con leche en la historia y él no tenía modo de negarse a comprarme uno. Por ello es que quise ir con él.
No bien llegamos al lugar cuando mi padre me dio el golpe traidor que por supuesto no esperaba: “Me esperas aquí” me dijo, y agregó: “no le vayas a abrir a nadie la puerta, me esperas para que vaya más rápido”.
Trágame tierra. “¿y para eso te acompañe” le iba a preguntar de tal forma que me viera bien pinche encabronado y me llevará con él, pero no lo hice por los pinches chingadasos que seguramente me daría por pendejo hocicón.
“Pero… ¿me vas a traer mi arroz con leche verdad?” Le pregunté.
“Sí hombre. Cuida el carro y no le vayas abrir a nadie, ¿entendiste?”, me preguntó.
“Sí” le respondí.
Y es así que se fue mi padre dejándome solo en el carro al que le pudo hallar un lugar a una cuadra de la calzada.
“En lo que regresa con mi arroz con leche voy a escuchar un poco de música” pensé.
Apenas habían transcurrido unos 3-4 minutos cuando empezó el desmadre otra vez:
El carro de mi padre se empezaba a mover solo. Al principio creí que alguien se estaba pasando de pendejo moviendo el carro pero no, no había nadie alrededor de él. Luego entonces se apagaron las luces en las casas que se alcanzaban a ver al mismo tiempo que el alumbrado público.
Oscuridad.
“No. Otra vez no” pensé a la vez que me asomaba por las ventanas del carro y vi cómo los cables que colgaban de los postes en las calles se meneaban de un lado para el otro. Los mismos postes también se movían ladeándose de tal forma que parecía que se iban a caer de un momento a otro.
Histeria por aquí y por allá.
La oscuridad en la que se habían sumergido las calles donde yo me hallaba se veía interrumpida por las luces de los carros que por ahí pasaban y que parecían darle un dramatismo mayor al que de por sí ya había en esos instantes de caos nocturno.
Al estar solo dentro del carro la desesperación me hizo presa de ella otra vez. En un principio quise salir rápidamente de él, pero no podía hacerlo porque no debía hacerlo puesto que mi padre me había dejado muy en claro que no lo hiciera. Al estar solo por supuesto que tenía miedo de lo que fuera a pasar
Solo, completamente solo me hallaba dentro de un carro que se movía de forma tan culera producido por otro evento igual al que apenas un día me había hecho sentirme de la más vil chingada.
Nunca antes en mi corta vida –y aún ahora- había sentido tal soledad y desesperación.

Tan solo.
Así es cómo me sentía en esos momentos de total angustia.
En un principio cómo les decía, mi primera reacción fue la de salir del carro pero recordando las palabras-ordenes de mi padre fue que no lo hice. Al voltear y buscar a ver si mi padre ya estaba cerca de ahí ví a una mujer que se había recargado en la pared de la casa de al lado donde estaba el carro estacionado cubriendo con sus brazos a dos pequeños que supongo eran sus hijos: “no se asusten. No va a pasar nada malo” Les decía en medio de los gritos de por acullá y el vaivén del piso mientras los niños intentaban acurrucarse entre las ropas de la mujer.

No sé porque, pero en esos momentos sentí un gran alivio dentro de mí a pesar de estar solo ya que las palabras que esa mujer les decía a sus hijos y la forma tan apacible de decirlas me hizo sentir una especie de tranquilidad cómo si su amor maternal fuera capaz de transmitirse a la distancia de tal forma que incluso a mí me lo hacía sentir a pesar de que ella no se había percatado de mi presencia dentro del carro.
No recuerdo bien cuanto duro el evento, pero cómo siempre pasa en esos momentos, uno siente que duran una eternidad.
Al terminar el evento mi padre aún no llegaba. Cuando hubo terminado todo vi cómo la mujer tomaba de las manos a sus hijos y se empezaba a alejar de ahí perdiéndola de vista entre la oscuridad reinante en el lugar… y mi padre no llegaba todavía.
No había pasado un minuto que perdí de vista a la mujer cuando vi a una pareja que daba vuelta en la esquina donde yo estaba y se pararon justo a un lado del carro para… ¡vestirse en plena calle! Y es que a la vuelta estaba (está todavía) un hotel de paso de donde supongo estaban ellos, situación que me dio otro gran alivio ya que cómo no me veían se empezaron a vestir ahí a toda prisa lo que me estaba provocando una rara mezcla de risa y asombro porque no era común para mí –a esa edad- ver a una pareja desnuda en plena calle…
ahora ve uno cada cosa que...
Eso ocurría en aquellos instantes eternos de la noche del 20 de septiembre de 1985 durante la replica del temblor del día anterior...
… la pareja terminó de vestirse y al estarse alejando de ahí vi cómo se cruzaron con mi padre que a toda prisa llegaba…
… sin mi arroz con leche.